Las ballenas grises que retozan en las aguas del Pacífico mexicano son, desde hace años, uno de los principales reclamos turísticos de la Baja California. Pero este negocio, que aporta enormes ingresos a México, se está viendo amenazado por culpa, una vez más, del cambio climático.
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Greenpeace y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales mexicana (Semarnat) advierten de que el número de ballenas grises que se reproducen en aguas mexicanas está disminuyendo. El calentamiento global habría producido transformaciones en el medio donde se nutren estos cetáceos, y su alimento principal, el plancton marino, se habría reducido en gran medida. Así, de los 3.000 ejemplares avistados hace tres años se ha pasado a sólo un millar en 2007.
Semarnat precisa que esta reducción no está originada en el país, sino en la ruta que siguen estos mamíferos para llegar hasta él. Este año se ha producido el fenómeno de que cientos de ballenas han pasado de largo de sus refugios invernales para llegar a las costas de Puerto Vallarta, Los Cabos y al sur de La Paz.
"Este es un año anómalo; ocurrió alguna modificación en el medio que permite que las ballenas se desplacen más hacia el sur", dijo Benito Bermúdez, director regional de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Sin embargo, esta situación puede ser temporal y no repetirse la temporada próxima. "A veces hay temporadas con menos ballenas y, a veces, con muchas más", indicó Bermúdez.
La gris es una ballena de tamaño medio (los machos pueden llegar a pesar 16 toneladas y medir más de 14 metros, mientras que las hembras alcanzan los 15 metros y un peso de hasta 30 toneladas cuando están preñadas) que en la actualidad sólo habita al norte del océano Pacífico. Abundó también en el Atlántico norte y en las aguas situadas entre Japón y la península rusa de Kamchatka, pero fue cazada hasta casi su total extinción.
Hoy existen dos poblaciones de ballenas grises: la americana o del Pacífico noreste, con más de 20.000 ejemplares que nadan en aguas de México, Estados Unidos, Rusia y Canadá; y la asiática o del Pacífico noroeste, que apenas mantiene un centenar de ejemplares -con tan sólo unas 20 hembras reproductoras- en las aguas de China, Japón, las dos Coreas y Rusia.
La ballena gris realiza una de las migraciones más largas que se conocen entre los mamíferos. Cada invierno se desplaza 10.000 kilómetros desde el Ártico hasta la Península de Baja California, donde se aparea, y, un año después, da a luz a un ballenato. Entre febrero y marzo emprende el regreso a los mares de Bering y Chukchi. Durante el recorrido mueren más de un tercio de las crías.
A mediados del siglo XX se llegó al límite de su extinción biológica y comercial, pues su caza se realizaba sin restricciones ni control algunos. Hacia 1970 se decretó su protección en todo el Pacífico oriental, lo que logró su recuperación hasta cifras de un siglo antes y la condujo en 1994 a abandonar la lista de especies amenazadas.
Además del calentamiento del planeta, la destrucción de la línea costera por el desarrollo urbanístico y del fondo marino por la pesca excesiva, la contaminación de las aguas, el tráfico naviero y el desarrollo industrial en algunas de las zonas de crianza pueden hacer que el futuro de la ballena gris peligre de nuevo.
Pero para Greenpeace el riesgo mayor procede del desarrollo del turismo de observación, una actividad que pese a no ser de aprovechamiento de recursos naturales y contener los elementos para hacerla altamente compatible con los objetivos de protección y conservación del recurso, hace que un mayor número de ballenas puedan ser perturbadas por una sola embarcación.
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